jueves, 11 de diciembre de 2008

Sónechka. La lectura como una forma leve de demencia

Horacio Ortiz

Ludmila Evgenievna Ulítskaya alcanzó celebridad en 1992 con la publicación de Sónechka en la principal revista literaria rusa, Novyi mir. En esta historia nos narra la historia de la pequeña Sónechka (diminutivo de Sofía en ruso) que cae en la lectura como en un desmayo, que sólo se disipa cuando termina con la última página de cada libro que lee. 
Tenemos en ella a un personaje delicioso, conmovedor por lo atribulado de su construcción y por lo comprometido de su voracidad lectora. Si nos detenemos en la tesis de que leer es dejar que le hablen a uno, descubrimos a una niña en total soledad que, aun en el seno de una familia tradicional (ese es el efecto que logra la autora) ha pasado veinte años devorando libros sin misericordia y, al parecer (no obstante no llevaar a su personaje hacia ningún lado con ello), posee un conocimiento producto de tales lecturas que tan sólo le ha servido para obtener un empleo de bibliotecaria, situación secundaria que funciona de pretexto para el encuentro con quien con posterioridad será su esposo y del que sabremos más a lo largo de la segunda parte del libro que de la propia Sónechka.
Es de destacar, en Sónechka, la labor de la traductora, Cristina Varas Largo. En materia de traducción es un mandamiento reflexionar no tanto sobre grados de traducibilidad, cuanto sobre grados de intraducibilidad. Importa dar cuenta de lo que se pierde cuando se traduce y quizá también lo que se gana con ello.
La lectura y la traducción tienen que superar una distancia. Y el arte lo logra. También la temporal, por lo que el traductor de textos poéticos es exigido por una configuración nueva y propia que le permita un término medio entre traducir e imitar la poesía.
En Sónechka encontramos esa rara ecuación en que el lenguaje, transformado en literatura, en arte, viaja de la narración a la poesía sin dificultad alguna.

Ludmila Ulítskaya, Sónechka, Era, México, 2007, 70 págs.

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