jueves, 11 de diciembre de 2008

La mano del fuego, la erótica de la memoria

La mano del fuego, la erótica de la memoria
Horacio Ortiz


Galardonado como Oficial de la Orden y las Artes y de las Letras por el gobierno de Francia, Alberto Ruy Sánchez ha recibido otras distinciones como ser nombrado Capitán Honorario del barco de vapor más antiguo del río Mississipi, La belle de Louisville. Ahora concluye un conjunto de libros que reflexionan en torno al deseo y sus equívocos. El eje es Nueve veces el asombro, y los cuatro puntos cardinales son Los nombres del aire, En los labios del agua, Los jardines secretos de Mogador y, finalmente, La mano del fuego, que juntos entablan una búsqueda obsesiva y poética del erotismo. 


Alberto Ruy Sánchez habla de sí mismo: “Acarreo obsesiones textuales durante décadas: imágenes, poemas, relatos, escenas. Vuelven y se esconden, vuelven de nuevo, como serpientes ficticias en mi mar confuso de tiempos de trabajo (el otro trabajo, el de editor, el que hago para ganarme la vida), tiempos de familia, tiempos de escritura. Escribo como quien extiende la mano y pone a la vista de los demás una piedra que encontré en el río, que no sé qué es, que me gusta y me asombra por su extrañeza. Desde niño comencé a escribir por el placer de contar historias. Ser escritor, ocupar la imagen social de un escritor, es algo que vino después sin quererlo y que nunca tuve la oportunidad de desear como el placer total de compartir una historia, un asombro, una sonrisa.


Planeas tus libros o surgen poco a poco y te dejas ir en picada a donde te lleven…

Me planteo que vayan surgiendo poco a poco, creo que toda escritura es composición, que no existe tal cosa como la escritura natural y, por lo tanto, hay que decidir ciertas cosas, que tienen que ver con la proporción, la extensión, y una línea general de la estructura del relato, y después de planteado eso, parte del plan tiene que ser abrirse a las posibilidades del desarrollo lógico de lo que uno va creando. Si en el reacomodo de las piezas, porque ya al final se vuelve todo un poco collage, de pronto necesito cambiar el pre-final o el final, eso implica tener que cambiar el principio también, es decir, esta idea de composición funciona para los dos niveles, para la estructura previa y en el nivel de todos los cambios posibles dentro de la lógica del relato o de la coherencia, incluso de la coherencia de la incoherencia, porque una de las cosas que yo busco, justamente, es una estructura bastante atípica desde el punto de vista narrativo, un boicot constante del suspenso, una persecución de ser sensible a la multiplicidad e voces narrativas, una multiplicidad de registros, es decir, trato de que no funcione todo en una sola línea. 


¿Cómo es tu rutina…?

Con el tiempo me he dado cuenta de que no soy nada disciplinado, pero soy obsesivo y, entonces, escribo todo lo que puedo; mi actividad principal es escribir (como Ignacio Labrador, protagonista de La mano del fuego y director de “El jardín del Edén”). Tal vez yo soy más obsesivo que Labrador… pero sí escribo persiguiendo realizaciones muy concretas, tal capítulo, tal escena, tal arranque, es decir, me propongo metas concretas en la construcción y, al mismo tiempo, estoy pensando y al estar leyendo una cosa te despierta otra y lo persigo con mucha obstinación, sí, pero no con horarios. Es un caos obstinado en el que lo importante es ir realizando las cosas y al mismo tiempo es el cuerpo el que me va diciendo qué puedo y qué no. En el caso de los textos por encargo (“emulando a Ignacio Labrador nuevamente…”) tengo mejor voluntad de terminar las cosas de lo que puedo hacerlo. 

¿Cuál es el estilo de Alberto Ruy Sánchez?

Hay una especie de pequeña travesura que me hago a mí mismo en este libro, porque me he concentrado mucho en controlar la paleta de registros narrativos, porque pienso que un registro narrativo no es un ejercicio, sino que está vinculado a dos cosas, a la realidad de la que estás hablando y la relación que yo narrador tengo con esa realidad. Hay un concepto lingüístico que describe cómo el cuerpo del que escribe está en el texto, de qué manera tú estás presente en el texto y yo trato de estar muy atento a eso; en Los jardines secretos de Mogador (Alfaguara, 2006), el narrador está contando diferentes jardines variando la manera de contarlo según el tema del que va a hablar, es decir, un jardín oriental de una manera, y otro jardín de otra, entonces hay una gama de registros, siendo fiel al deseo que está describiendo. Traté de que esa misma sensibilidad y virtuosismo de registros llevarlo a la persona que escribe, pensando que el escritor, y si es poeta es más consciente de ello, no es el mismo hoy que mañana, aunque sea con la misma impresión, el poema siempre es distinto. Esto yo trato de hacerlo con el narrador. En el narrador, hay diferencias a veces muy sutiles y otras muy evidentes en lo que cuenta y cómo lo cuenta dependiendo de en qué situación está y de qué cosa quiere hablar, entonces, esta multiplicidad de voces narrativas es parte de la naturaleza del libro; pero si soy fiel a lo que quiero que se haga en ese libro, tengo que dar marcha atrás y recurrir a otro registro que sea más fiel a lo que le está ocurriendo al personaje. Qué pasa, que el narrador se vuelve un ensayista de sí mismo, si aquella definición del ensayo es cómo me ensayo yo, con tal idea, en tal circunstancia, aquí el narrador también se está ensayando a sí mismo y al hacerlo está contando de diferente manera las cosas. 

Todo esto con respecto a la voz del personaje, uno que no esté hecho de sicología, uno que no esté hecho de la trama, del suspenso, sino que esté hecho de la voz, y de la multiplicidad de su voz, de su papel como testigo del mundo y por lo tanto de sí mismo, y luego vienen las otras voces, cómo él mismo puede ser atravesado tangencialmente y luego cómo puede ser contado desde fuera por otro. Entonces, en un punto, cómo pueden confluir todas las líneas, todo el círculo, algunos personajes son su voz, otros son líneas que lo atraviesan y otros cómo es visto, y al mismo tiempo se va moviendo, hay una búsqueda que lo lleva al fuego, en el caso anecdótico a la muerte. En este caso el destino es el fuego del amor, la muerte es circunstancial, es un accidente, es otra travesura. 


“La pasión, fuego vital, fuego mortal”, un capítulo del libro, es un paréntesis en La mano del fuego, es un ensayo sobre la pasión en el que veo el germen de una novela, el nacimiento de una historia que da para mucho más, Inge e Ignacio Labrador Zaydún viviendo una antihistoria de amor… platícame cómo se dio el proceso de recopilación de historias para construir el libro.

El proceso es muy largo, de 20 años ya, desde que comenzó la aventura de Los nombres del aire comencé a recopilar historias y los expedientes en los que las iba recopilando, tenían que ver con los elementos, con ciertas características del deseo, desde que comencé. Algunas que son muy vividas son parte. Un personaje en el que está muy basado Ignacio Labrador es un abuelo mío que me tocó cuidar cuando estaba moribundo, y como cuento en el libro, comenzaba a hablar, era como un brote. Esa historia late en mí y la he escrito de diferentes maneras, esa arrancaba el libro y al final la dejé al final. Entonces, hay una fuente vivida y otra que es la de las historias que me cuentan, me he vuelto una especie de contador de historias nómada. Por otro lado a lo largo de la vida me he entrenado para dar conferencias, como una artesanía más, y eso ahora me ha beneficiado, porque me permite viajar y al viajar escuchas historias permanentemente y siempre son muy inesperadas, y voy armando todo un archivo de historias inmenso que es todo el material que para mí es indispensable que haya en un libro. Al principio la gente clasificaba mis libros como libros de imaginación, pero son casi documentales, testimoniales del deseo. Este rasgo de tener cuatro o cinco esposas, cuatro divorcios, pero una sola amante a lo largo de toda la vida, eso me lo contó la amante de Henri Michaux, que siempre cambiaba de marido, pero nunca de amante, lo que socialmente tiene muchas implicaciones, pero también vitalmente, es como aceptar otro tipo de matrimonio; pero lo fundamental es que haya una parte muy viva que la parte artesanal, de planeación nunca se coma, y ahí la metáfora del barro es imprescindible, en el libro y en la vida, cuando tocas el barro, el barro se mueve, tienes que aprender a bailar con él, con el barro no puedes diseñar una pieza hasta que entiendas la coreografía interna que hay en ella, pienso que algo de eso se aplica a la vida. 

La mano del fuego abarca en su tratamiento erotológico, digámoslo así, al tacto, cómo ha sido el viaje del resto de los sentidos?

Los nombres del aire es visual, está lleno de imágenes, todo gira alrededor de la mirada, en Nueve veces el asombro el gusto es fundamental, en Los labios del agua predomina el oído, y el olfato está en Los jardines de Mogador, en uno de los jardines abordados. Aquí, en La mano del fuego es mucho más explícito el tema, por la reflexión de este libro.
 
∗ La mano del fuego, Alberto Ruy Sánchez, Alfaguara, 2007, 364 págs.


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